martes, 16 de octubre de 2012

Aterrizando

Aterrizas en Oriente, después de doce horas de vuelo, con una sensación extraña de permanecer aún dormida. Como en un sueño, se van sucediendo las caras de ángulos desconocidos de gesto serio y de mirada escudriñadora. Te sientes observada por ellos con una mezcla de perplejidad y asombro. Te diriges a la salida del aeropuerto envuelta en un idioma que desconoces y que te resulta aún más extraño aderezado por los gritos que los chinos utilizan para comunicarse entre ellos. Eres incapaz de entenderte con el taxista y él no hace tampoco mucho para facilitarte las cosas. Es casi un milagro conseguir llegar al hotel donde tenías hecha tu reserva, pero allí, por fin, parece que se empieza a hablar inglés. Ese idioma que tanto odiabas en el colegio y que tan útil te ha sido en todos los viajes, parece que por fin te será de mucha utilidad en China, aunque pronto te das cuenta que excepto en los hoteles, en el resto de cualquiera de las ciudades que visitas, apenas se entiende o habla. Te viene a la memoria enseguida esa maravillosa película de Sofia Coppola y tú también te sientes “perdida en la traducción”.





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